Luis Arroyo Zapatero. Almagro, 9 de julio de 2019
Hace 25 años tuvimos la suerte de que Dolores Cabezudo, que ya era profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se incorporara plenamente a nuestro proyecto universitario. El Ministerio, para autorizarnos esta carrera entonces nueva nos puso la condición de que encontráramos una personalidad científica acreditada en esta materia. Y se produjo el milagro y nos enteramos por vía de Alfredo Pérez Rubalcaba y de su mujer Pilar Goya, también científica del CSIC, que teníamos a esa personalidad viviendo en Almagro. El vicerrector Enrique Díez Barra y el entonces jovencísimo Decano Murillo Pulgarín se pusieron a la tarea de tentar, ofrecer y comprometer. Total, que Dolores Cabezudo se zambullo en la tarea y creó las infraestructuras científicas y los grupos humanos que constituirían lo que llamamos la división de Tecnología de los Alimentos.
Todo lo levantó desde cero. Conseguir tan extraordinario resultados fue una tarea titánica. A sus conocimientos y relaciones científicas añadió su empuje y gran carácter y es que Lola es como Sor Juana de la Cruz, que ni callaba, ni obedecía. Sus discípulos y los rectores de entonces los saben bien.
Este mismo año el Gobierno Nacional la ha distinguido con la Medalla de oro de la ciencia y el gobierno de Castilla-La Mancha la ha consagrado como hija adoptiva de la Región, por sus méritos, su dedicación a la Universidad y a la ciencia regional y su labor como presidenta del Ateneo de Almagro, hermosa ciudad ésta en la que desde hace años reside.
Pero hoy es la Academia de Gastronomía de Castilla-La Mancha la institución que se honra acogiendo en su seno a la Dra. Cabezudo. Y lo hacemos en este acto que es privilegio que nos concede la hospitalidad del director de las Jornadas de Teatro Clásico don Rafael González Cañal.
Pero asistir a esta ciudad de las comedias en un mes en el que se celebran tantas nos ha inquietado sobremanera, pues nos hemos recordado de la tremenda prohibición qué hizo el obispo de Puebla, el eximio don Juan de Palafox y Mendoza, de que los eclesiásticos acudieran a estas, porque las comedias son la peste de la República, el fuego de la virtud, el cebo de la sensualidad, el Tribunal del demonio, el consistorio del vicio, el seminario de los pecados más escandalosos y es que las comedias son un seminario de pasiones, de donde sale la crueldad embravecida, la sensualidad abrasada y la maldad instruida para cometer pecados.
Sólo la presidencia del señor rector nos ha dado sosiego suficiente para acudir a estas jornadas. Y como resulta que todos los méritos de la doctora Cabezudo han sido proclamados tanto por el Gobierno regional como por el nacional y difundidos acuciosamente por los medios de comunicación, hemos decidido venir, inspirados por la llamada de sor Juana Inés de la Cruz, para deciros ni más ni menos una canción de Garcilaso de la Vega, cuyo bulto funerario guardamos en el exconvento de San Pedro Mártir, recinto de nuestra Universidad en Toledo, y con la que don Manuel Altolaguirre cerro el precioso librito de poesías que editó en la Ciudad de México en 1945, en pleno exilio, cuyo 80 aniversario conmemoramos estos días. Dice así don Garcilaso, el Petrarca español: