Toledo
Academía de Gastronomía de Castilla-La Mancha
"Toda corte, ciudad toda", según la definió felizmente Gracián, Toledo ha mantenido siempre ese carácter acabado, rotundo, de ciudad, hasta en los momentos de mayor postración, Toledo, debido a su especial estructura urbana y a su inmenso potencial acumulado, se ha defendido mejor que muchas otras de los ataques del tiempo. Sobre todo, ciudad. Toledo es el dominio de lo urbano sobre cualquier otra consideración. Y el encuentro, la cita. Por esta ciudad ha pasado, de una manera o de otra, la historia entera de España. Resumen de esa historia es Toledo. Orgullo y ruina: triunfo de lo vertical; ansia o anhelo, esperanza tal vez, memoria siempre.
Su encanto y su misterio
Calles, plazas, rincones de Toledo. Al amanecer, a pleno sol, en los atardeceres otoñales, de noche. Siempre el encanto del que pasea la ciudad, del que la vuelve a descubrir en un detalle inadvertido o en un insospechado matiz. Calles, plazas, rincones de Toledo. El mayor peligro que siempre ha amenazado a la ciudad procede, seguramente, de su propia abundancia. Pasear por Toledo es asistir a un derroche. A cualquier hora; en cualquier estación. Calles y plazas de Toledo, con esos nombres prodigiosos, deslumbrantes, únicos: Calle del Hombre de Palo, de los Alfileritos, del Ave María, de la Vida Pobre, de la Sangre de Cristo, de los Caños de Oro, de las Siete Revueltas, del Pozo Amargo, de los Niños Hermosos, de la Virgen de Gracia... Y las campanas, todavía: "Campanitas de Toledo, oigoos y no o veo".
Su importancia histórica
Toletum, Tulaytulá. Toledo. Poco hubiesen podido pensar que una ciudad tan naturalmente cerrada, tan excelentemente defendida, iba históricamente a cumplir un destino de ciudad abierta, universal. Toledo es una de esas ocho o diez ciudades imprescindibles a la hora de explicarse la historia espiritual de Occidente. Los Concilios de Toledo y la Escuela de Traductores son uno de los pilares de la civilización europea. Toledo, símbolo. La reconquista de la ciudad por Alfonso VI conmovió a Europa y al Islam. La reacción almorávide tenía los ojos puestos en Toledo. Referencia, patrón, normativa: las unidades de medida de Castilla eran básicamente las toledanas, y hasta una Ley de Partida establece que si hubiera alguna duda respecto al uso de un vocablo se tome como norma el habla del hombre toledano. Manuel Bartolomé Cossio, con apasionada lucidez, pudo escribir de ella: "Toledo es la ciudad que ofrece el conjunto más acabado y característico de todo lo que han sido la tierra y la civilización genuinamente españolas. Es el resumen más perfecto, más brillante y más sugestivo de la historia patria".
Un mundo fuera del mundo
Una multitud de templos, de variadísimas formas, proporciones y estilos, de originalísima función muchos de ellos, salpican la ciudad. Las iglesias parroquiales, con sus torres mudéjares, tan entrañablemente toledanas; los monasterios, hospitales, oratorios, capillas... Y los conventos de clausura, un mundo fuera del mundo, poseedores de una belleza entrevista, plenos de misterios, de encanto, de rincones y detalles maravillosos: claustros, patios, árboles centenarios, zócalos decorados con cerámicas mudéjares o renacentistas, arcos, columnas, ajimeces, puertas, artesonados, yeserías...; mundo en el que la arquitectura se mantiene incontaminada, noblemente vieja, a lo sumo levemente restaurada, casi siempre intacta.
Corazón del tiempo
Inútil todo intento de síntesis al hablar del arte de Toledo. Relicario, joyel, museo gigantesco. A pesar de los constantes despojos, de la sangría permanente. Toledo, la despojada. Toledo, la inagotable. Desechemos toda pretensión de resumir. Y damos solamente tres ejemplos señeros del arte que almacena la ciudad: El Entierro del Conde de Orgaz, del Greco, el Sepulcro del Cardenal Tavera, de Berruguete, y la Estatua yacente de su hermano Marcelo, de Victorio Macho. Tres artistas enfrentados a un mismo tema; tres interpretaciones magníficas del protagonismo de la muerte; tres aproximaciones diversas al probllema del tiempo y de la eternidad. Las tres encajan plenamente en Toledo. Uno de sus grandes enamorados, el poeta Antonio Sardihna, intuyó, posiblemente como nadie, ese carácter trascendente de la ciudad: "Toledo corazón del tiempo, hermana de la muerte".
La Catedral
Cabeza de la diócesis que fue más importante y rica de España. Toledo presenta una estructura urbana en la que los edificios religiosos son parte fundamental. La Catedral es todo un mundo fascinante y abrumador, en la que cada detalle tiene un sentido y un ritmo, que en su conjunto, producen un orden superior, perseguido con obstinada tenacidad a través de los siglos. Todo, hasta los más pequeños detalles, es grande en esta inmensidad: las puertas, los órganos, las sillerías, los sepulcros, las rejas, los artesonados, los retablos. Todo en ella invita al regreso, al detenido paladeo, a la tranquila contemplación. En pocos lugares encontrará un espíritu sensible tantos motivos para la reflexión y para el gozo.
El secreto de Toledo
Hay un Toledo típico. Y hay un Toledo inédito, profundo y difícil, que muy pocos llegan a conocer. Ese Toledo es el que deja en el recuerdo, en la evocación o en la nostalgia una melancólica interrogación, un misterioso desasosiego, una huella profunda de amor. Es lo que se ha llamado el secreto de Toledo.
Apasionadamente la han amado figuras imborrables, cuyo eco parece a veces palpitar en la vieja ciudad: Carlos I y Garcilaso, el Greco y Gracián, Bécquer, Rilke y Galdós, Barrés, y Azorín, Beruete, Marañón, Cossio, Zuloaga...
Generación tras generación, Toledo se enfrenta al gusto estético de cada época y siempre sale vencedora. Una ciudad así no se improvisa. Y no se entrega nunca tampoco, por mucha pasión que se ponga en su conocimiento. Ese misterioso desdén de la ciudad, y no otra cosa, es, seguramente, el verdadero secreto de Toledo.
Jesús Cobo